Un mensaje de paz.
En la inmensidad cruel de una noche de invierno,
bajo la dureza de la escarcha sobre la tierra en calma,
y al siniestro y triste silencio de mi paisaje interno,
solo pensando en tu amor dejé que muriera mi alma.
Se desapareció en el aire frio la suave melodía,
y surgieron potentes los tristes y fúnebres acentos
rodando como el trueno, empañando toda la alegría
y convirtiendo mi noble vida en amargos lamentos.
Y descendí hasta el fondo de los recuerdos muertos,
reclinando al fin mi cuerpo bajo la sucia y dura losa.
las ratas del olvido corrían felices con ojos semiabiertos,
y calmando la rabia y el hambre danzaban en la fosa.
No tuve palabras hermosas para indicar quién era,
y ningún caminante se detuvo y preguntó mi nombre.
ignorado de todos y por todos sin nadie que supiera
cómo fueron mis letras y mi calidad de hombre.
Dormí cerca de un milenio en la brevedad de años,
mientras lirios y rosas del jardín germinaban en torno;
y en el aire iba el eco doloroso de rumores extraños
que, sin mirarme a mí, iban pasando sin retorno.
Y una mañana convulsa y loca se estremeció la tierra,
y una trompeta de marfil y de oro resonó en la colina;
y se escuchó aquel mandato, como un grito de guerra:
que desde arriba me dijo "Levántate y camina".
Mis miembros aún tumefactos de pronto recibieron
la cósmica energía de un sol firme y radiante;
y, levantando con fuerza, mis brazos destruyeron
del miedo y del olvido la lápida al instante.
Me dominó el silencio, me cubrió con su manto,
más rompí la cruel cadena y reconquisté la vida.
ahora sólo me resta descubrir que en mi canto
envío un mensaje de paz a la tierra prometida.
Jesús Quintana Aguilarte.
Un mensaje de amor.
Noche de invierno, tal vez de soledades y agonías,
quizás cubría la fría nieve el calor de tus sueños,
acaso en esa lobreguez del alma, tus penas eran mías
y entonces, rendido al dolor, cejaste en los empeños.
Los dulces arpegios de tu guitarra se apagaron,
solo quedo en el aire, la bruma de tus melancolías.
Tal vez esa noche, tus lágrimas de hombre brotaron,
dejando sin razón, todas tus esperanzas, vacías.
Es que hay abismos, a los que hay que bajar a veces,
así el alma fieramente batalle, entre nacer o morir.
Porque son esas cruzadas, en que, si no pereces,
el coraje del espíritu florece y vuelve a resurgir.
Te creíste inadvertido, poeta, cayendo en el olvido,
pero nunca fue así, tu naturaleza es sempiterna,
¡Siempre serás coloso, valeroso y aguerrido!
fuego hay en tus letras, luz que en el alma se cierna.
Y aunque hay horas que parecen eternidades,
momentos dolorosos, murmullos fantasmales;
puede el noble espíritu vencer las dificultades
si bien el corazón, crea perderse en abismales.
Y así, de repente, es que se oye el grito reclamante,
ese que te conmina, te incita a no dejarte sucumbir.
Y se obedece, cual hidalgo, en brazos de su amante
y fieramente resurgido, vuelves tu espada a blandir.
Y sabrás poeta, entonces, que mi amor es ese Sol
que con ímpetu te eleva, desmantelando esa laude
y ya no habrá desasosiego a la luz de ese farol
que, así amando, ya no habrá quien te defraude.
Finalmente afrontaste a la agónica porfía,
de una noche eterna, que parecía no acabarse;
va tu mensaje de amor en la plena luz del día
de un alma que jura no volver a doblegarse.
Bethzaida Montilla.
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Gracias mi querida amiga Silvana, tanto Jesus como yo agradecemos tus calurosos aplausos. Bendiciones y que tengas una semana esplendorosa.
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